Por: Jorge Araneda - MA Universidad de Chile

Las actuales manifestaciones y protestas en Chile han llamado la atención no sólo de la prensa nacional, sino también extranjera. Particularmente desde el mundo árabe, los cuales han ido destacando un aspecto bastante singular, que por la proximidad histórica y geográfica no se ha reflexionado en su complejidad dentro de Chile, que son los posibles paralelismos con las manifestaciones conjuntas en países árabes.
Chile más allá de sus singularidades propias histórico/geográficas, presenta trazos comunes en comparación con países como: Argelia, Irak, Irán, Líbano y Sudán en el mundo árabe, pero también con Argentina, Haití, Ecuador, Bolivia y Hong Kong. Siendo en todos los casos, manifestaciones ciudadanas con una claro llamado a reformas estructurales en torno a las políticas disfuncionales, la corrupción política y las desiguales condiciones de vida, que son hilos comunes en muchas de estas protestas.
Cabe destacar, que en Chile y el resto de los países árabes mencionados las demandas ciudadanas no han sido de carácter novedoso sino presentan una genealogía fácilmente rastreable. A modo de ejemplo, a principios de marzo de 2011, un grupo de adolescentes en la ciudad fronteriza siria de Der`a, enardecidos por el espíritu de rebelión que habían visto en todo el mundo árabe, salieron a pintar grafitis en las paredes en la ciudad. Entre los diferentes grafitis, destacaba entre los lemas el llamado que había reverberado en el mundo árabe desde el levantamiento en Túnez en enero de ese año: “Al-sha’b Yurid Isqat al-Nizam” o “El pueblo quiere la caída del régimen”. Si estos jóvenes esperaban que los ciudadanos de Der`a, quedaran asombrados y secretamente gratificados por su audacia, tenían razón. Pero también descubrieron el peligro de tal acto y tales palabras en un país que había sido gobernado bajo “leyes de emergencia” por más de cuarenta años. Tales actos, nacidos de los estratos más jóvenes ha sido una constante de las protestas, sólo bastaría recordar, en Chile los estudiantes que exigían reformas constitucionales y educacionales desde el 2006.
De este modo, la reacción por parte del gobierno en Siria del 2011 como en Iraq del actual 2019 sería similares. En lo que respecta, a los adolescentes sirios estos serían encontrados por la policía política, encarcelados y sometidos a las golpizas y brutalidad rutinaria de las fuerzas de seguridad. Que en caso de Iraq las manifestaciones que demandan mejoras en los servicios básicos, oportunidades de empleo y fin a la corrupción endémica, ha cobrado ya cientos de fallecidos y miles de heridos. Sin duda, sumado a los arrestos, los rumores de torturas y, finalmente, la actitud displicente de los oficiales de seguridad ha sino una transversal en varios países. Siendo en muchos casos una reacción común a las manifestaciones tanto en Latinoamérica como en el Medio oriente, de hecho, organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han declarado su preocupación respecto a lo que sucede particularmente en Chile.
Por otro parte, al igual que en el Líbano o Chile se irán produciendo nuevos eslóganes de carácter semi humorístico “Se acabó el tiempo, doctor” (refiriéndose al presidente Bashar al-Asad por su formación como oftalmólogo), en Chile la destrucción de símbolos estatales y eslóganes también será parte de las prácticas de las manifestaciones. En definitiva, prácticas de resignificación del espacio público que concluyeron en proclamaciones de los ciudadanos de Der`a, quienes cambiarían el nombre de la plaza en las afueras de la mezquita al-`Umari, por la “Plaza de la Dignidad” [midan al-Karama]. Quizás uno de los conceptos más transversales, al-Karama (dignidad), y una de las banderas más utilizadas en las manifestaciones nacidas de las primaveras árabes hasta la actualidad. singular paralelo a los llamados a cambiar en Chile el nombre de la Plaza Italia, en el centro de la capital, a Plaza de la Dignidad
Estas diferentes secuencias de eventos no sólo buscan capturan un momento en el desarrollo de las protestas ciudadanas en contra de las políticas de gobierno, sino también destacan algunas de las características claves de una política de resistencia en acción. Puesto que, las masivas manifestaciones públicas pueden identificarse fácilmente como signos dramáticos de disensión y oposición. Sin embargo, más que eso, las protestas públicas y masivas, sus causas y el curso que toman puede arrojar una luz penetrante sobre las características clave del poder en sí mismo. Debido a que, ya sea en un sistema democrático o autoritario, el poder se viste durante gran parte del tiempo disfrazado de normalidad, de rutina, de una presencia que no necesita ser cuestionada porque es así gran parte del orden o “pacto social”.
A la par, las narrativas estatales también intentan tomar parte del espacio público utilizando al enemigo externo, las teorías conspirativas o el sectarismo para impugnar los nuevos diálogos nacionales que se generan en los espacios público de discusión ciudadana, buscando “re/normalizar” las relaciones políticas. Esto sin duda, es posible de verificar en Chile, el Líbano e Iraq. Impugnando las nuevas narrativas generadas en el espacio público que se irán convergiendo en declaraciones de los manifestantes en las calles de Beirut, Bagdad o Santiago sobre la familiaridad de las situaciones de desigualdad sistemática que golpeaba sus hogares, haciendo reflexionar nuevamente sobre lo mucho de lo que podrían haber aceptado. Y al hacerlo, quedó claro, a través de su elección de objetivos, tanto simbólicos como reales, que los ciudadanos tenían un conocimiento íntimo no sólo del estado público, sino también del “estado sombra”.
Esta familiaridad determinó los objetivos que provocaron la ira de los manifestantes y también moldearon sus demandas iniciales. Estos incluyeron no sólo la liberación inmediata de los manifestantes que asistían a las protestas ciudadanas, sino también la liberación de todos los presos políticos, la derogación de las leyes de estado de emergencia, una investigación pública sobre las muertes de quienes habían sido asesinados en las protestas, el fin de la corrupción, mejoras sustanciales en las áreas de salud, vivienda, educación y la derogación de una serie de leyes que los colocaba efectivamente bajo el control arbitrario de las fuerzas de seguridad.
Esta mezcla de demandas locales y nacionales exteriorizó que los ciudadanos sabían perfectamente cómo estaban conectadas las diferentes esferas del poder, y conocía las redes del “estado neoliberal” que une los aparatos de seguridad, la esfera empresarial propiedad de aquellos cercanos a la elite y los sistemas de conectividad que atravesaban estás conexiones. A este respecto, las protestas y los ataques a los símbolos del poder fueron actos de resistencia contra los sistemas de inclusión y cierre que habían negado a la mayoría de la población la oportunidad de decidir sus propias vidas. En definitiva, una política de resistencia en este sentido ilumina tanto las líneas divisorias de esta relación como las razones cada vez más usadas que se utilizan para justificar su mantenimiento.
En consonancia con lo anterior, tanto en el caso Libanes, como en los eventos en Iraq, la división principal era entre aquellos que estaban conectados con las redes de seguridad y negocios en la cumbre del estado y la gran mayoría de la ciudadanía. Siendo los últimos, quienes tuvieron que sufrir las perspectivas de desempleo y de discriminación laboral en favor de “los hijos de la élite”. Como sujetos de poder incontestable, no tenían recursos cuando las “leyes de emergencia” en ciertos casos se invocaban rutinariamente para mantener el orden y dar inmunidad al aparato de seguridad y sus socios comerciales de cualquier tipo de escrutinio público. Dejando claro rastro, de qué esperaban liberarse, a través de muchos pequeños gestos y actos de resistencia, así como al organizar grandes manifestaciones, los movimientos de resistencia dragaron y dejaron al descubierto las llamadas formas de poder “una trama de Poder microscópico, capilar”.
Paralelamente, las novelas, obras de teatro, poemas, películas, artes visuales, así como formas de expresión que van más allá de tales convenciones, no pueden descartarse como “meramente” culturales, o de poca relevancia para los tipos de resistencia que se ven en las calles de un país que sufre manifestaciones violentas. Por el contrario, la feroz atención prestada al control de tales asuntos por parte de las autoridades de todo el mundo, no solo en el Medio Oriente, da testimonio de su propio miedo al poder de la imaginación para estimular ideas de resistencia, en otras palabras, un repertorio de las “memorias de la resistencia”. Encontrándose, múltiples formas de expresión artísticas a lo largo de los países árabes, por ejemplo, en Iraq o en Chile.
En concreto, uno de los temas reiterados por los actores en los dramáticos eventos de 2011 y que se vuelve a repetir en el actual escenario desde Chile hasta Iraq fue la evaporación del miedo. Uno de los cantos en las calles fue “No hay miedo, no hay miedo, después de hoy no hay miedo”. Sin embargo, la presencia del miedo, el miedo a cuáles podrían ser las consecuencias de la oposición abierta a un sistema de poder opresivo, es testimonio del hecho de que existe tal oposición, de que el ejercicio del poder está resentido y de que la ciudadanía ha dejado de creer que el orden existente. En este sentido, el miedo es un síntoma de hostilidad. De ahí que, los diferentes gobiernos han invocado el "haibat al-dawla", o el “prestigio del estado”, que se ha convertido en una excusa para asfixiar los movimientos sociales, aplastar la disidencia política.
En conclusión, por dramáticos que han sido los eventos, también fueron actuaciones a gran escala de acciones que se habían llevado a cabo en diferentes países durante varios años. Por lo tanto, a pesar de la inmediatez y la incertidumbre de los factores que hicieron que las manifestaciones en estos países tuvieran un efecto tan trascendental, serían difíciles de entender sin tener una idea de los acontecimientos de la década de 1980 cuando se produce el giro hacia un neoliberalismo de estado, la consolidación de estados autoritarios a los largo del Medio Oriente, la lucha de Palestina (Intifadas/ Hamas), la invasión de Israel al Líbano (Hizbullah), el sitio y bombardeo de Hama en Siria, la llamada “Primavera Bereber” en Argelia, la guerra Iraq-Irán, las matanzas hacia población Kurda en Iraq, la llegada al poder de Presidente Husni Mubarak a Egipto, y paralelamente la consolidación de las dictaduras Latinoamérica.